Este texto apareció publicado
en el número de Marzo 2021
de la Revista Brisas,
escrito por una vecina de Don Torcuato,
Lesley Brooks de Bennett,
nacida en Sudáfrica y
establecida en Don Torcuato hace treinta años. Espero que lo disfruten.
GLUG,
GLUG, ESTAMOS INUNDADOS
(fragmento extraído del libro Allá y acá
de Lesley Brooks de Bennett
En
enero de 1980 salimos en avión de Londres con mi esposo, Jimmy y nuestra hija
Melissa de catorce meses, rumbo a la Argentina. Para mí fue una aventura total, sin saber
exactamente donde quedaba el país al que nos íbamos a vivir, sin saber el idioma, tampoco conocer a nadie, pero
este fue el momento apropiado para hacer la mudanza. Inglaterra estaba pasando unos años de
recesión y entonces después de muchas
discusiones con mi esposo y mi familia, tomamos la decisión de vender todo y
mudarnos ya que a Jimmy, mi esposo le habían ofrecido un buen trabajo acá. Pero al llegar a Buenos Aires, mi esposo se
enteró que la oferta de trabajo se había esfumado. Aun así, decidimos
quedarnos, ya que nada nos ataba a Inglaterra.
Vivimos
un par de meses con la hermana de Jimmy, en las Lomas de San Isidro, un barrio
de casas lindas y obviamente para nosotros, caras, mientras
que buscábamos una casa en una zona más apropiada a nuestro nivel económico,
pero enseguida nos dimos cuenta de que con todo el dinero que habíamos juntado
allá en Inglaterra, solo podíamos conseguir
un chalecito en Don Torcuato de dos cuartos, un baño muy chico y una
cocina, un patio atrás y nada más. En
esa época ninguna casa tenía teléfono, pero por suerte nuestra vecina, Pepa ya
tenía uno.
Tampoco
Don Torcuato tenía gas en las casas, entonces cocinábamos e iluminábamos
nuestra casa por electricidad. Elegimos
Don Torcuato por el nivel económico nuestro y también porque había algunas
familias inglesas, de forma tal, que podíamos hacer amistades y yo tendría con
quien charlar mientras aprendía el idioma castellano.
Mientras
tanto, en 1981 nació nuestra segunda hija, Teresa y seguimos viviendo en la
misma casita hasta el año 1985.
Pero el año 1985 fue un año catastrófico por unas lluvias muy
fuertes y nuestra casa se inundó hasta
el colchón de la cuna de la beba Tessi. Decidimos evacuar la casa cuando
el agua llegaba hasta nuestras rodillas y tuvimos que salir con las
chicas sentadas arriba de nuestros hombros.
En un momento para mantener a las chiquitas entretenidas y sin
miedo, estuve con ellas en el living con potes de yogur llenándolos con el agua
que entraba de debajo de la puerta y tirándolo afuera por la ventana. Meli y Tessi pensaron que era un juego súper
divertido, yo también, por un momento me olvidaba de la gravedad de la
situación. Después media hora, más o menos jugando a sacar el agua con los
potes de yogur (y obviamente no haciendo ni una gota de diferencia!) les dije a
las chicas que me iba a fijar como estaba el agua afuera, y fui hasta la puerta
de entrada. La abrí y una catarata de
agua entró por la misma.
Y fue ahí cuando decidimos evacuar.
Ay…¡los muebles!.Tratamos de salvarlos dejándolos arriba de las
mesas y abandonamos la casa. Fuimos huyendo de nuevo hasta la casa de mi cuñada
en Lomas de San Isidro, donde no habían tenido inundación.
Luego, estuvimos diez días largos de limpieza, sacando barro de
los pisos, y otras basuras de las paredes, pero eventualmente pudimos volver a
nuestra casia y seguir con nuestra vida normal.
Pero la normalidad no fue por mucho tiempo, otra vez, más
lluvia con la amenaza de otra inundación. ¡No lo podía creer! ¿Otra vez?
¡No puedo creerlo! ¿Qué hacer
ahora?, me preguntaba desesperada.
Mi decisión de no seguir luchando contra la naturaleza fue cuando
miré por la ventana y vi mis sifones de soda flotando en el medio de la calle y
desapareciendo de la vista. Ahí le
demandé a mi marido que me llevara con las dos chiquitas al aeropuerto para
volver a mi país.
Jimmy es una persona
tranquila, y seguramente él también estaba angustiado con el tema de las
inundaciones aunque no me lo dijera, entonces su respuesta a mi pedido fue
“¿porque no vas caminando con las chicas un poco más arriba de acá, porque hay
una casa con un cartel que dice: “Dueño vende”
Entonces fui caminando con el cochecito con las dos chiquitas,
llegando a una casa sobre la calle Bolivia. Yo no tenía idea del tamaño
de la casa, porque la pared y el portón eran demasiados altos y era
imposible calcular el tamaño del terreno y de la casa detrás de este muro.
Mi esposo averiguó el número telefónico del dueño de la casa y nos invitaron a
visitarla para verla. Allí nos encontramos con un terreno de 800 m2
detrás de esa pared y una casa de 250
m2, pileta de natación, árboles frutales y hermoso césped.
La casa tenía la pileta de natación delante de la casa. Eso fue
porque el dueño vivía en el centro de Buenos Aires, pero quería tener una casa
quinta con pileta para los fines de
semana.
Entonces la casa empezó con la pileta primero, después la casa con
living-comedor grande, la cocina y dormitorio con baño en-suite, más que
suficiente para los fines de semanas y a veces durante el verano y las
vacaciones. Pero, años más tarde decidió
venir para vivir permanente, necesitando agrandar la casa con dos dormitorios
más, un baño más, además un baño para el uso de afuera (para la pileta), un
amplio espacio atrás de las casa como jardín de invierno, cuarto de servicio
con su propio baño y lavadero. Toda esta
ampliación de la casa quedó sin terminar. Entonces Jimmy y yo hablamos después
y decidimos hacer una oferta que fue aceptada.
Y nos mudamos, arriba de una colina ¡donde el agua no iba a entrar nunca
más!
Mientras, pusimos el chalecito en venta, pero tardamos unos diez
años en venderlo y casi regalado, porque
todos se sabía que esa zona se inundaba. Mientras tanto la Municipalidad colocó las
cloacas y pudimos vender la casita.
En 1985 cuando compramos la nueva casa, yo imaginé que no íbamos a
poder llenarla nunca, y ahora treinta y pico años después, no hay un cuarto que
no esté lleno de cosas. ¡Las vueltas de la vida!
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